viernes, 19 de julio de 2013

Desayunando lecciones


¡Sábado! Lo mejor de despertarse este día es sentir que no tienes nada que hacer. El reloj no suena y puedes estar un ratico más en la cama estirándote. Sin embargo, hay algo que yo no puedo ignorar y es el llamado de mi estómago que ya a las diez de la mañana ronca como autobús viejo pidiendo algo más que agua. En casa no hay nada para rellenar la arepa ni el pan ¿Iker quieres desayunar cachitos?

La respuesta es afirmativa y vamos a una panadería de Colinas de Bello Monte. El día está soleado y perfecto como para ir a la playa. Me encanta vivir acá. Me siento en la ciudad pero a la vez en un pueblo. Escuchas desde la guacamayas surcando el cielo caraqueño, hasta el autobús que va a Petare y puntos intermedios, sin olvidar nuestro maravilloso cerro El Ávila que viéndolo desde mi ventana se ve espléndido, a pesar del aviso del Aladín donde anuncia su nuevo precio de 500 Bs.

La Miguel Ángel está llena de panaderías pero Iker quiere la pastelería española donde sirven cachitos dulces con un tipo de masa distinto al tradicional. Mala suerte, sólo quedan empanadas y nos toca ir a la panadería de al lado. No se ve mal. Tiene mesitas rojas de Coca Cola donde hay señoras hablando, niños que corren alrededor, señores que siguen con la mirada los traseros de adolescentes que usan shorts debajo de la nalga y una abuela solitaria con un bastón que sólo ve la gente pasar.

—Yo quiero un Croissant de jamón y queso crema y un juguito de naranja ¿Tú Iker? —No lo duda y pide lo mismo. Es que se ven tan bonitos en su bandeja, ni muy blancos, ni muy tostados. Están sacados de programa de cocina —Son 60 Bolívares— dice la cajera, una de esas señoras de 40 años que se reúsan a envejecer usando unas lycras grises de animal print. Nos sentamos y comienzo a morder mi croissant. Está suavecito tal como lo imaginé. Tomo un trago de jugo de naranja y olvido que estoy acompañado. Veo todo a mi alrededor. Esto parece una postal viviente. La luz es hermosa y la gente que está frente a mí está de foto. Los tres señores que bucean chamitas comentan entre ellos, supongo que las virtudes y desvirtudes de las  adolescentes.

—Tiene mucho queso crema— dice Iker pero cuando le pregunto si pedimos otro para compartir sonríe afirmando. Me levanto, pago y lo pido. Mientras espero, una muchacha y un señor pelean con una mosca que está dentro de la vitrina y se pasea sobre los profiteroles de chocolate. La señora de lycras de animal print deja su caja y se va a golpear la vitrina para aturdir y sacar la mosca. Me entregan el croissant y me siento en la mesa.

Bebo otro trago de jugo de naranja y le doy un mordisco a la mitad de croissant que tengo. Veo a la gente paseando a sus perritos e Iker interrumpe mi contemplación cuando me dice —No quiero que veas porque estás comiendo pero no me vuelvo a sentar aquí— Me río y miro hacia la señora de bastón que limpia su asiento con una servilleta —¡Se meó la vieja! Coño Iker, yo tampoco— le respondo mientras la señora registra en su cartera buscando papelitos y volantes para limpiar la silla y dejarla sequita y lista para que alguien se siente más tarde. Ella se va y le veo la falda mojada cuando se aleja. Recuerdo las palabras de mi mamá que dicen “Yo como sucio cuando no sepa, por eso como siempre en mi casa”. Verga mamá, creo que empezaré a hacer lo mismo.