miércoles, 1 de abril de 2015

Una carrera con el señor Rockola

–¿Hasta La Urbina cuánto es?– pregunto apurado porque me están esperando para comprar jabón y leche.

–250– dice el señor con pinta de español en su Toyota Corolla gris del noventa y algo. A decir verdad desde Chacaito hasta La Urbina por ese precio es un regalo. Él va lento, como si no tuviera prisa por llegar o por deshacerse de mí para agarrar otro cliente. Ya no se ven taxistas de ese tipo en esta ciudad donde abundan los mototaxistas y los taxistas modernos de Easy Taxi que con el cuento de la tarifa, lo mínimo son 300 bolos.

La vestimenta gris del chofer se mezcla con el color de su carro. En el retrovisor guinda un rosario de madera enredado, la radio marca 830 AM y debajo de esta hay un blíster de Atamel casi completo. Todo el carro está polvoriento –Yo nunca había vivido una vaina tan arrecha en los últimos cincuenta años–. Con ese comentario me saca de la manía que tengo de ver las cosas con detalle, y me lleva a mi segunda manía favorita: La de escuchar.


M.S.: ¿Llegó hace cincuenta años a Venezuela?

Taxista: No, yo nací acá, pero mis padres eran vascos y estaban en contra de Franco. Cuando tumbaron a Gallegos yo tenía ocho años y nos fuimos a España. Volvimos cuando cayó Pérez Jiménez. Allá se burlaban de mí por como hablaba. Cuando volví, acá se burlaban. Me decían musiú, mojón de leche, catire… Cuando volví era técnico en ingeniería y tuve que hacer la reválida por dos años en la Central. Me gradué de ingeniero. Había una técnica que Caldera la cerró ¿En qué año nació usted?

M.S.: En el 87.

Taxista: En el 86 me operaron en el Pérez Carreño. Había buenos médicos, eso era como una clínica.

M.S.: Ya pasaron veintinueve años de eso. Quedó bien entonces.

Taxista: Sí, veintinueve. Allá había buenos médicos. El que me operó sigue. En el Pérez Carreño ya no hay nada. Si usted se quiere operar tienen que llevar todo.

M.S.: Algún día habrá que llevar los médicos.

Taxista: Si la gente se sigue yendo sí.

El señor carraspea y sigue lento por la autopista a la altura de la Bola Caracas de Jesús Soto

Taxista: Esa bola la han movido mucho

M.S.: ¿Dónde estaba antes?

Taxista: Siempre ahí, pero la mueven un poquito. La otra vez no tenía las láminas porque la gente se las llevaba. Una vez un cliente me dijo que lo llevara donde la Reina y me preguntó si lo podía dejar ahí. Le dije que no. A María Lionza sí la han movido y los chavistas la tumbaron una vez. Esa no es la misma ¿Se nota que soy español?

M.S.: Un poco, sobre todo con la pronunciación de las S.

Taxista: Sí, en España la S, la C y la Z se pronuncian distinto. Aquí todo es igual.

M.S.: ¿Ya no ejerce como ingeniero?

Taxista: No, a mí me botó Chávez hace cinco años de [Lo siento, olvidé el nombre de la compañía]. Era una constructora francesa que trabajaba para PDVSA. Nos botaron a todos y salimos sin nada. Ahora hago carreras ¿Para qué parte es que va?

M.S. Al Gama de La Urbina.

El musiú, siempre con medio brazo apoyado sobre la ventana del carro le pregunta a un vendedor de Kinos que está parado frente al Plan Suárez dónde queda el Gama.

Vendedor: Viejo, no sé.

Taxista [Riéndose] ¡Viejo! Ya ni respetan. Pregúntale ahí a la mujer.

Lo hago y nos indica.

Él sigue manejando. Me dice que vea en mi celular a ver qué dice el GPS (¿Sí, el GPS. Sabe que eso existe). Lo hago y le digo que estamos cerca.

Taxista: Ya ni hay baterías. La gente las compra baratas y las venden hasta por diez mil bolívares. Dijeron que las iban a controlar por internet pero seguro van a hackear eso. Pregúntale a esas monjas del kiosko dónde queda el Gama.

El señor ya dejó de hablarme de usted para tutearme. Y no eran monjas, eran enfermeras con bragas vinotinto. Llegamos al Gama.

Taxista: Mira, hay leche.

M.S.: Sí, vengo a comprar eso y jabón.

Le pago, me da el cambio, me despido y me da la mano. Él arranca buscando un nuevo cliente que lo lleve a otro rumbo. Arranca buscando a otra persona con quien hablar, cualquiera que le diga una fecha y se lance otra historia, cualquier lugar que lo haga rememorar su historia y viajar en el tiempo.

No sé su nombre y probablemente nunca lo sabré. Por eso él se quedará como el Señor Rockola, el taxista al que le tocan una tecla y se lanza grandes historias.