lunes, 16 de mayo de 2016

Señora no, señorita



Ella era de esas señoritas solteronas de pueblo que todo el mundo conoce. La llamaban la señorita Caridad o la señorita Cari. De joven trabajó como acomodadora  en el cine y como secretaria, pero por lo que más se le recordaba era por ser la bibliotecaria del liceo y por su maña de contar cada página una vez que los libros eran devueltos. Para Marcel José ella era sólo su tía.
Aquella tarde, como todas, la tía Cari llegó al abasto de Yolanda, tomó a Marcel de la mano y se lo llevó a su casa, tan de prisa que el pequeño de cinco años casi iba a rastras. Cuadra y media más allá, entraron a la casa y siguieron a la cocina que estaba en el fondo. Ella coló el café, lo sirvió en dos tazas pequeñas, sacó cuatro bizcochos de una bolsa plástica y los distribuyó en dos platos de postre. Colocó todo en una bandeja y llamó al sobrino que curucuteaba la colección de vericuetos de la sala.—¡Venga rápido hijo que vamos a hacer un mandado!—.

Merendaron. La señorita Cari se la devoró, se levantó y fue a cambiarse. Salió con un vestido gris manga larga y los labios pintados color naranja muy claro. Marcel aún no terminaba. —Coma rápido que nos van a cerrar la lavativa—. Agarró la cartera, tomó al niño de la mano y salieron a la calle caminando siempre rápido.

Llegaron a una tienda de ropa para damas y después del protocolo del buenas tardes y qué desea, pasaron a la parte posterior de la tienda. La señorita Caridad buscaba un suéter para un regalo. Se distrajo viendo los colores y el grosor de los tejidos. Marcel José se fue alejando, llegó a la entrada de la tienda y se asomó a la calle. — ¡Señora, su nieto se está yendo!—, le gritó la encargada que seguro venía de un pueblo vecino e ignoraba el estado civil de la solterona.


Como si la hubieran insultado, la señorita Caridad levantó la mirada con su rostro colorado. —Él no es mi nieto, él es mi sobrino; y yo no soy señora, yo soy señorita. Buenas tardes—. Dio media vuelta y buscó al niño. Salieron igual de apurados como llegaron. En el camino a la casa las cosas cambiaron con cada “buenas tardes señorita Caridad” que le decía la gente, porque así es como se trata a una señorita como ella.

viernes, 5 de febrero de 2016

Anita una reina revolucionaria #HistoriasDelMetro

El metro estaba hasta el culo cuando llegó a Antímano y mi bolso quedó pegado al vidrio al montarme. En Carapita se unieron unos cinco rojos empujando como si así también se defendiera la revolución. También se montó Ana con su mamá. Llevaba un vestido de raso arrugado amarillo pollito, como el oro del BCV y las riquezas del país. En su bracito izquierdo tres cintas de tela de franela con el tricolor nacional. Su pecho estaba cruzado de izquierda a derecha con una banda blanca con encajes rojos y "Ana I" escrito. Iban a la marcha y aún sin empezar la guachafa Anita ya estaba cansada, se quería sentar y pedía agua. Se bajaron en Zona Rental.
Un país revolucionario a su manera. Aún las niñas quieren ser reinas a pesar de que gracias a Chávez todos somos iguales. Aún las niñas de "pelo malo" se lo quieren alisar. Aún la blanquita siempre es más bonita por sobre la morena, india y negra que siempre repite Andreina Tarazón. En tiempos de crisis la revolución apela por su circo, y bueno una reina siempre cabe y más si es carnavalesca ¡Ojalá que no te canses tanto Anita!

miércoles, 1 de abril de 2015

Una carrera con el señor Rockola

–¿Hasta La Urbina cuánto es?– pregunto apurado porque me están esperando para comprar jabón y leche.

–250– dice el señor con pinta de español en su Toyota Corolla gris del noventa y algo. A decir verdad desde Chacaito hasta La Urbina por ese precio es un regalo. Él va lento, como si no tuviera prisa por llegar o por deshacerse de mí para agarrar otro cliente. Ya no se ven taxistas de ese tipo en esta ciudad donde abundan los mototaxistas y los taxistas modernos de Easy Taxi que con el cuento de la tarifa, lo mínimo son 300 bolos.

La vestimenta gris del chofer se mezcla con el color de su carro. En el retrovisor guinda un rosario de madera enredado, la radio marca 830 AM y debajo de esta hay un blíster de Atamel casi completo. Todo el carro está polvoriento –Yo nunca había vivido una vaina tan arrecha en los últimos cincuenta años–. Con ese comentario me saca de la manía que tengo de ver las cosas con detalle, y me lleva a mi segunda manía favorita: La de escuchar.


M.S.: ¿Llegó hace cincuenta años a Venezuela?

Taxista: No, yo nací acá, pero mis padres eran vascos y estaban en contra de Franco. Cuando tumbaron a Gallegos yo tenía ocho años y nos fuimos a España. Volvimos cuando cayó Pérez Jiménez. Allá se burlaban de mí por como hablaba. Cuando volví, acá se burlaban. Me decían musiú, mojón de leche, catire… Cuando volví era técnico en ingeniería y tuve que hacer la reválida por dos años en la Central. Me gradué de ingeniero. Había una técnica que Caldera la cerró ¿En qué año nació usted?

M.S.: En el 87.

Taxista: En el 86 me operaron en el Pérez Carreño. Había buenos médicos, eso era como una clínica.

M.S.: Ya pasaron veintinueve años de eso. Quedó bien entonces.

Taxista: Sí, veintinueve. Allá había buenos médicos. El que me operó sigue. En el Pérez Carreño ya no hay nada. Si usted se quiere operar tienen que llevar todo.

M.S.: Algún día habrá que llevar los médicos.

Taxista: Si la gente se sigue yendo sí.

El señor carraspea y sigue lento por la autopista a la altura de la Bola Caracas de Jesús Soto

Taxista: Esa bola la han movido mucho

M.S.: ¿Dónde estaba antes?

Taxista: Siempre ahí, pero la mueven un poquito. La otra vez no tenía las láminas porque la gente se las llevaba. Una vez un cliente me dijo que lo llevara donde la Reina y me preguntó si lo podía dejar ahí. Le dije que no. A María Lionza sí la han movido y los chavistas la tumbaron una vez. Esa no es la misma ¿Se nota que soy español?

M.S.: Un poco, sobre todo con la pronunciación de las S.

Taxista: Sí, en España la S, la C y la Z se pronuncian distinto. Aquí todo es igual.

M.S.: ¿Ya no ejerce como ingeniero?

Taxista: No, a mí me botó Chávez hace cinco años de [Lo siento, olvidé el nombre de la compañía]. Era una constructora francesa que trabajaba para PDVSA. Nos botaron a todos y salimos sin nada. Ahora hago carreras ¿Para qué parte es que va?

M.S. Al Gama de La Urbina.

El musiú, siempre con medio brazo apoyado sobre la ventana del carro le pregunta a un vendedor de Kinos que está parado frente al Plan Suárez dónde queda el Gama.

Vendedor: Viejo, no sé.

Taxista [Riéndose] ¡Viejo! Ya ni respetan. Pregúntale ahí a la mujer.

Lo hago y nos indica.

Él sigue manejando. Me dice que vea en mi celular a ver qué dice el GPS (¿Sí, el GPS. Sabe que eso existe). Lo hago y le digo que estamos cerca.

Taxista: Ya ni hay baterías. La gente las compra baratas y las venden hasta por diez mil bolívares. Dijeron que las iban a controlar por internet pero seguro van a hackear eso. Pregúntale a esas monjas del kiosko dónde queda el Gama.

El señor ya dejó de hablarme de usted para tutearme. Y no eran monjas, eran enfermeras con bragas vinotinto. Llegamos al Gama.

Taxista: Mira, hay leche.

M.S.: Sí, vengo a comprar eso y jabón.

Le pago, me da el cambio, me despido y me da la mano. Él arranca buscando un nuevo cliente que lo lleve a otro rumbo. Arranca buscando a otra persona con quien hablar, cualquiera que le diga una fecha y se lance otra historia, cualquier lugar que lo haga rememorar su historia y viajar en el tiempo.

No sé su nombre y probablemente nunca lo sabré. Por eso él se quedará como el Señor Rockola, el taxista al que le tocan una tecla y se lanza grandes historias.

martes, 10 de marzo de 2015

“Esto es mucho camisón pa’ Petra” o de cómo mi abuela Emilia tuvo unos muebles en su casa gracias a Carlos Andrés Pérez

Ya Carlos Andrés había caminado bastante de frente y dando la cara. Ya los campesinos decían “primero Dios y después Carlos Andrés”, ya la gente había ido bastante pa’ Mayami gracias a las bonanzas petroleras. Del lado de los Gudiño, ya mi abuelo había salido de la cárcel después de haber estado contrabandeando madera ¿Gracias a quién? Pues a Carlos Andrés, y así su retrato se ganó el sitial de honor en la sala de la casa familiar.

Cuando leí Cien años de soledad supe que había crecido en la versión boconesa de la casa de los Buendía, sobre todo con el comienzo del capítulo cuatro: “La casa nueva, blanca como una paloma…” Y es que así era la casa de los Gudiño, blanca, inmaculada y montada sobre una pequeña colina que se veía imponente desde la carretera y desde la bomba. Para llegar a ella había que atravesar un gran patio y subir unas escaleras que tenían un techo natural formado por unas matas de Trinitaria. El color morado contrastaba con el blanco de la casa y le daba un aire único y elegante.

Al entrar había un pequeño porche con unas sillas de mimbre y unos helechos colgantes que hacían que este lugar siempre estuviera fresco a pesar del sol de las tres de la tarde. En la sala había un reloj de péndulo colgado en la pared que sonaba cada quince minutos. Del otro lado un tocadiscos para que las muchachas se entretuvieran con la música y rezaran el Santo Rosario en la tarde. También un televisor que compró el abuelo Marcelino en el 69 para ver el aterrizaje del hombre en la luna. Para sentarse había unas banquetas de madera nada cómodas que a la abuela Emilia le estorbaban para barrer y las muchachas odiaban porque no podían sentarse a echar cuentos como Dios manda.

Para agradecer aquel gran favor con el contrabando de madera, el abuelo invitó a Carlos Andrés a la casa a manera de agradecimiento y él fue. Días antes la abuela y las tres muchachas pensaban en las banquetas incómodas, viejas y rayadas que servían de muebles. La abuela refunfuñaba sola, pero no se atrevía a mencionar nada por miedo a su esposo. “Marcelino se pone bravo” era una frase recurrente en la casa por lo que el silencio y el respeto era una virtud familiar y si el jefe de la casa no disponía de algo, no se hacía.

Ya se acercaba el día de la gran visita y todos se habían resignado a que el Dr. Pérez se sentara en las viejas banquetas donde se aplastaba todo el mundo, hasta la gente que venía del Llano y los obreros con sus pantalones sucios. Estos eran los argumentos de Aura, la mayor de las hijas que tenía una extrema obsesión por la limpieza. La segunda de las hijas, Yolanda, había planeado con la ahijada del abuelo, Juanita, una estrategia para comprar unos muebles decentes y acordes a la ocasión.

Un día después del almuerzo, Yolanda y Juanita esperaron a Marcelino en la sala. Con confianza, pero a la vez con el respeto que merecía el gran patriarca, le comentaron que aquellas banquetas eran muy feas e indignas de tan ilustre e importante visita. Mientras Marcelino pensaba en silencio, por la cabeza de Yolanda pasó aquel horrible momento de su infancia cuando tuvo que ir al la escuela con unos cuadernos grandes, manchados y con un toro dibujado por la parte de afuera que decía El Bolivariano. Pensó que pasaría lo mismo y que terminarían eternamente sentadas en las horribles banquetas de madera. El abuelo no se puso bravo, sino que aceptó y les dio algunos cobres para ir a Boconó y comprar unos buenos muebles donde Miliani y la acotación de “Si hace falta plata, que me lo anote”.

Temprano al día siguiente bajaron Yolanda y Juanita a Boconó. Ya casi a medio día volvieron con tres butacas forradas en cuero vinotinto y patas blancas con una mesa de madera y mármol. Bajaron los muebles y acomodaron la sala con ayuda de los obreros. Cuando Marcelino subió a comer se paró en la puerta de la sala en silencio. La abuela Emilia, las tres hijas: Aura, Yolanda, Soraya y la ahijada Juanita se quedaron de pie y en silencio en la sala mientras veían a Marcelino a contra luz esperando a que dijera algo. Dieron las doce y cuarto, entró a la sala, se sentó en los nuevos muebles y dijo: “Esto es mucho camisón pa’ Petra”. Emilia corrió a la cocina y Marcelino fue tras ella a almorzar.



sábado, 14 de febrero de 2015

#PorTiMeCierroElTinder

Ya Carrie Bradshaw lo dijo. Estamos en la era donde la inocencia no existe, ya no hay Affairs to Remember, y si los hay, queremos superarlos lo más rápido posible. Atrás quedó el cortejo y la galantería propia de los caballeros. Ya no se escriben cartas ni poemas de amor. Ya no se espera a la media noche para salir a dar serenatas a la luz de la luna. Estamos en una era y en un país donde todo se resume en 140 caracteres y las muestras cotidianas de amor se manifiestan con los emojis del Whatsapp.

Todos estamos concentrados en buscar el amor instantáneo en Tinder donde supuestamente Cupido hace de las suyas si ambos clickeamos el corazón verde. Sí, todo esto es muy fino porque ha acelerado las cosas y hemos comprendido que tener sexo no es algo malo, pero todo se ha vuelto tan rápido que ya ni dura.

“Queremos que todo sea como la comida rápida”, me dijo una vez Maharshi (mi terapeuta) en una de esas sesiones donde ya estaba harto de andar enguayabado. Su teoría se basa en que lo instantáneo nos ha hecho creer que así también son las relaciones amorosas. Queremos empatarnos rápido, enseriarnos al instante y si la cosa se termina, a los tres días ya queremos haberlo superado.

Las cosas se complican para mí porque soy de los escribe inbox/mensajes de texto de amor. Algunas veces (No todas) me ha tocado lidiar con caras confundidas y miradas de “¿Dónde coño vives Marcel?” y obviamente recibir si acaso una sonrisa por el inbox, un gracias, un simple te quiero o un <3. Después de enrollarme tanto, decidí preguntar un día en Facebook ¿Cuáles eran los piropos más cool que les han dicho a mis amigos? Esto con la esperanza de que alguna vez algún conocido/culo/peor es nada nos haya dicho algo bonito.

Las respuestas no se hicieron esperar y todo el mundo empezó a comentar:

"Catira, eres tan dulce que me haces caries en los dientes".
"Se esta acabando el mundo, porque están cayendo ángeles del cielo"
"Ves, la belleza no está solo en los libros"
"Dios creo al mundo en 7 días, pero sin duda tú fuiste el 8vo. La práctica hace al maestro"
“Mi amolll verte a ti es como estar en una playa echao, debajooo de unas palmeras mira pa´arriba y y deci ufffff que coco´s!!!!!”

Después de leerlos y reírme un buen rato me dije que no estábamos tan mal. Quizás la el romanticismo cambió y las demostraciones de amor son más pop. Obviamente yo me quedé atrás porque soy de pueblo y en mis tiempos de colegio aún se daban serenatas con la radio de un carro a todo volumen (Me gradué hace 10 años, no 30). Sin embargo, mi explicación no me convencía y aún esperaba que alguien dijera algo medianamente intenso y romántico como para volver a creer en la humanidad.

Después de estar un tiempo despechado decidí que ya era hora de comenzar a conocer gente y en este mundo virtual me acordé de la existencia de aquella app que mis compañeros de universidad hablaban hace unos meses: Tinder. La descargué, escogí las fotos, escribí mi bio y empecé a tinderear. Equis, equis, equis, corazón, equis, corazón, corazón, interesante, mmm, corazón ¡Hay match! Wow, ya sé por qué la gente se emociona. Se abre una conversación, hablamos un rato, al día siguiente, intercambiamos números, seguimos hablando ¿Nos tomamos un café? La cita, nos fue bien, cuadramos otra cita ¿Vamos a mi casa?

Bueno, llegamos a mi casa y después de acariciar a Truman por cinco minutos llegó la hora del primer beso. Siempre la duda de cómo será. Parece bien. Prendo mi mac, abro el iTunes, un par de canciones y el shuffle escoge Fly Me To The Moon. Siguen los besos, luego las miradas, las caricias –Eres muy lindo Marcel–. Sonrío y vuelvo a besar. Volvemos a las miradas y las caricias y justo en el momento donde debe haber silencio, las miradas cómplices y las sonrisas me dicen el piropo (Si podemos llamarlo así) que cambió mi vida: “Por ti me cierro el Tinder”.

No pude evitar reírme. No sé si fue incomodidad o timidez. Lo cierto fue que me dio risa y no me lo esperaba.

No sé si se cerró el Tinder, después de ese día (y de mi risa, creo) las cosas se enfriaron y poco a poco dejamos de hablar. Sin embargo me di cuenta de que hay expresiones de romanticismo propias de cada época, y aunque yo sea un dinosaurio en cuanto a mis expresiones de amor, quizás deba ponerme un poquito 2.0 y probablemente algún día me anime a decirle o escribirle a alguien #PorTiMeCierroElTinder.